Pueblo de Cuba, hijos de esta tierra que, como el guásimo, se ha mantenido de pie en medio de tempestades, hoy, Día Mundial de la Alimentación, nos hablan de soberanía alimentaria con la misma solemnidad que aquellos que prometen lluvias a quien se ahoga en el polvo del desierto.
¿Cómo puede existir tal soberanía cuando la tierra, que una vez alimentó a nuestros abuelos, yace dormida, abandonada por manos que, de haber sido libres, la habrían hecho florecer?
Nos dicen que la ciencia y la innovación son los caminos que debemos seguir. Pero, ¿de qué ciencia hablan quienes, con discursos y políticas ineficaces, han dejado que los campos se cubran de maleza? Si la ciencia fuera el remedio, la tierra no sufriría la orfandad de agricultores reprimidos por leyes que les impiden producir lo que el pueblo necesita. Si la innovación fuera el camino, los mercados no estarían vacíos y las madres no tendrían que hacer milagros para alimentar a sus hijos con lo poco que queda.
Y, sin embargo, nos hablan del bloqueo, como si en ese bloqueo estuviera la raíz de todos nuestros males. El bloqueo, cubanos, no es la razón por la que hoy nuestras mesas están vacías. El verdadero bloqueo es el que se impone al campesino, al emprendedor, al ciudadano que solo desea hacer fructificar la tierra que pisa. Es un bloqueo de ideas, de oportunidades, de acción, que no deja prosperar a quien tiene el derecho de vivir con dignidad de su trabajo.
Los que hoy nos gobiernan hablan de apoyo y solidaridad internacional, mientras nosotros seguimos esperando que las promesas se conviertan en comida para el pueblo. La realidad, hermanos, es que la tierra no se fertiliza con palabras, sino con trabajo honesto, libre y bien recompensado. Ningún pueblo es soberano cuando sus campos no pueden ser labrados con las manos de sus hijos, cuando el fruto de su esfuerzo es acaparado por leyes que no nacen del pueblo, sino de la opresión.
Recordemos, cubanos, que la libertad no solo se alza en la bandera o en la lucha armada; la verdadera libertad es la que se vive a diario, en el derecho de cada hombre a vivir del sudor de su frente, sin que nadie le impida ver los frutos de su esfuerzo.
Hoy, alzan la consigna de la soberanía alimentaria, pero el hambre sigue siendo el compañero de demasiados cubanos. No nos dejemos confundir con discursos que intentan maquillar la verdad. La verdadera soberanía vendrá cuando los cubanos podamos trabajar nuestras tierras, emprender sin miedo, y dejar atrás el yugo de un sistema que ha fallado en darnos lo más básico: la dignidad de ganarnos el pan.
Que sepa el mundo, y que lo sepa el régimen, que la soberanía no se proclama, se conquista. Y la soberanía alimentaria, como cualquier otra, solo será posible cuando el pueblo sea verdaderamente libre.
VIVA CUBA LIBRE