Aquí encontramos una clara representación de los extremos que se manifiestan dentro del sistema socialista cubano, ambos fieles defensores del castrismo, pero con características que los hacen simbólicamente contrastantes.
Yusuan Palacios diputado de la ANPP es un joven con una silueta que refleja la fragilidad, tanto física como política, de su generación de líderes. Graduado de Derecho y con una maestría, a simple vista puede parecer un hombre preparado. Sin embargo, su adoctrinamiento y falta de criterio independiente lo convierten en una figura que, aunque haya estudiado la obra martiana, no la ha comprendido profundamente. Su discurso se limita a consignas aprendidas de memoria, vacías de contenido real. Su apariencia encorvada es la imagen de un hombre doblegado ante el poder que le ha condicionado y que no tiene la capacidad o el valor de cuestionar lo que defiende. A pesar de su formación, es una marioneta del sistema, víctima de un daño antropológico profundo que ha dejado cicatrices en su capacidad crítica y en su carácter personal.
Por otro lado, William Proenza 1er Secretario del PCC, es el estereotipo clásico del dirigente cubano corrupto, un hombre con una barriga prominente que simboliza el abuso del poder y la comodidad que este trae.
Licenciado en Educación, un campo que antaño era sinónimo de vocación y respeto, pero que hoy, paradójicamente, se ha convertido en el refugio de los menos aventajados. Proenza, según testimonios de su pasado, fue un estudiante indisciplinado, de bajo rendimiento y carácter abusivo, lo que demuestra cómo el sistema no premia la excelencia ni el mérito, sino la lealtad ciega al partido. Su comportamiento recuerda al personaje de Lindoro Incapaz, aquel dirigente inepto y burocrático que sólo busca su beneficio personal a costa de los demás. No sorprende que sea visto como un aprovechado de su cargo, rodeado de sombras de corrupción, hipocresía, y explotación de su posición para obtener favores personales.
Ambos personajes son víctimas de la misma maquinaria que perpetúa la mediocridad en el poder. Son piezas de un sistema que no recompensa el talento o la capacidad, sino la obediencia. Tristemente, muchas veces terminan traicionando aquello que tanto defendieron, escapando del país que ayudaron a destruir para buscar refugio en los Estados Unidos, abandonando el barco cuando ya no hay más que ganar, en una muestra más de su hipocresía.
En resumen, Yusuan Palacios y William Proenza son caras de la misma moneda, representantes de una casta política que no soluciona los problemas del pueblo, sino que los perpetúa. Uno con una supuesta preparación académica que no ha logrado despertar su sentido crítico, y el otro, un sobreviviente del sistema que ha escalado gracias a la corrupción y el abuso de poder. Ambos son marionetas de un sistema en decadencia que, con el tiempo, acabará por devorarlos como ha hecho con tantos otros.
Así de jodido está el país por todos lados. Con figuras como Yusuan Palacios y William Proenza, es evidente que el sistema sigue reciclando la mediocridad y el servilismo. Al igual que el presidente Díaz-Canel, quien fue puesto a dedo, ellos tampoco nos representan ni mucho menos son lo que necesita Cuba para salir de la profunda crisis en la que se encuentra. Es hora de que el país despierte de este letargo y busque verdaderos líderes que trabajen por el bienestar del pueblo, no por sus propios intereses.
Cierro mi pluma con un pensamiento martiano, ese que ninguno de los defendores del castrismo conoce con profundidad.
«Ver con calma un crimen es cometerlo.»
Señores y señoras cibercombatientes, adoctrinados, oportunistas, represores y serviles, en este pensamiento el Apóstol subraya que la indiferencia o la complicidad ante las injusticias, como las que se perpetúan en el sistema cubano actual, es en sí misma una forma de participación en el daño. Mientras Yusuan y otros repiten discursos vacíos sin cuestionar el régimen que los sostiene, están contribuyendo al mismo sistema que oprime al pueblo. Martí, en su verdadera esencia, abogaba por la justicia y la libertad, no por el conformismo ni la sumisión al poder.